miércoles, 27 de febrero de 2013

Proyecto: "Cuando el diablo mete la cola"

Este proyecto se lleva acabo en nuestra escuela durante los meses de marzo, abril y mayo.
Maestra área de Práctica del Lenguaje:  Alba Fuks

Lectura y análisis:

NUESTRA PRIMERA NOVELA

"El diablo de la botella"

 Autor: Robert Louis Stevenson (1850 - 1894)

Había un hombre en la isla de Hawaii al que llamaré Keawe; porque la verdad es
que aún vive y que su nombre debe permanecer secreto, pero su lugar de
nacimiento no estaba lejos de Honaunau, donde los huesos de Keawe el Grande
yacen escondidos en una cueva. Este hombre era pobre, valiente y activo; leía y
escribía tan bien como un maestro de escuela, además era un marinero de primera
clase, que había trabajado durante algún tiempo en los vapores de la isla y pilotado
un ballenero en la costa de Hamakua. Finalmente, a Keawe se le ocurrió que le
gustaría ver el gran mundo y las ciudades extranjeras y se embarcó con rumbo a
San Francisco.
San Francisco es una hermosa ciudad, con un excelente puerto y muchas personas
adineradas; y, más en concreto, existe en esa ciudad una colina que está cubierta
de palacios. Un día, Keawe se paseaba por esta colina con mucho dinero en el
bolsillo, contemplando con evidente placer las elegantes casas que se alzaban a
ambos lados de la calle. «¡Qué casas tan buenas!» iba pensando, «y ¡qué felices
deben de ser las personas que viven en ellas, que no necesitan preocuparse del
mañana!». Seguía aún reflexionando sobre esto cuando llegó a la altura de una casa
más pequeña que algunas de las otras, pero muy bien acabada y tan bonita como
un juguete, los escalones de la entrada brillaban como plata, los bordes del jardín
florecían como guirnaldas y las ventanas resplandecían como diamantes. Keawe se
detuvo maravillándose de la excelencia de todo. Al pararse se dio cuenta de que un
hombre le estaba mirando a través de una ventana tan transparente que Keawe lo
veía como se ve a un pez en una cala junto a los arrecifes. Era un hombre maduro,
calvo y de barba negra; su rostro tenía una expresión pesarosa y suspiraba
amargamente. Lo cierto es que mientras Keawe contemplaba al hombre y el hombre
observaba a Keawe, cada uno de ellos envidiaba al otro.
De repente, el hombre sonrió moviendo la cabeza, hizo un gesto a Keawe para que
entrara y se reunió con él en la puerta de la casa.
—Es muy hermosa esta casa mía—dijo el hombre, suspirando amargamente—. ¿No
le gustaría ver las habitaciones?
Y así fue como Keawe recorrió con él la casa, desde el sótano hasta el tejado; todo
lo que había en ella era perfecto en su estilo y Keawe manifestó gran admiración.
—Esta casa—dijo Keawe—es en verdad muy hermosa; si yo viviera en otra
parecida, me pasaría el día riendo. ¿Cómo es posible, entonces, que no haga usted
más que suspirar?
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El-diablo-de-la-botella.pdf    (integrar.edu.ar)

Libros  para el alumno: PÁGINAS PARA  EL ALUMNO  (Gob. Cdad de Bs. As)


Expansión del libro en la Web

Para la biografía e información Robert Louis Stevenson, trabajamos con:

http://www.7calderosmagicos.com.ar/Autores/Stevenson.htm

Para la “enciclopedia diablesca”:

Buscar en Google: imágenes de diablos, imágenes de belcebú e imágenes del demonio de tasmania

http://www.camdipsalta.gov.ar/INFSALTA/salamanca.html

http://www.lagazeta.com.ar/salamanca.htm

http://vereda.saber.ula.ve/mirabilia/satanas.htm

Para refranes y dichos:

www.refran-es.com/DIABLO/3/

Sobre James Cook:

Buscar en Google: imágenes de james cook

http://www.biografiasyvidas.com.biografia/c/cook.htm

Mitos y leyendas:

http://historiasdesdelaraiz.blogspot.com/2007/07/la-garganta-del-diablo-leyenda-mby-gran.html

 

Otros  cuentos de diablos:


"El campesino y el diablo" Los hermanos Grimm
Érase una vez un campesino ingenioso y muy sagaz, que solía divertirse con sus picardías. En cierta ocasión, logró engañar con su astucia al mismo diablo, y hasta hacerlo quedar como un tonto.
Sucedió que, cierto día, después de labrar la tierra como era su costumbre y cuando ya se disponía a regresar a su casa, descubrió un montón de brasas encendidas en el medio de su campo. Asombrado, se acercó a ellas para ver de qué se trataba, pero apenas podía creer lo que
veía: un diablillo negro sentado cómodamente sobre un resplandeciente tesoro.
–¡Acaso estás sentado sobre un tesoro! –exclamó el campesino.
–Así es –respondió el diablo–, sobre un tesoro en el que hay más oro y plata del que hayas podido ver en toda tu vida.
–Entonces el tesoro me pertenece, porque está en mis tierras –replicó el campesino.
–Si así lo deseas, tuyo será el tesoro –repuso el diablo–. Pero, a cambio, deberás darme la mitad de tus cultivos durante dos años. Dinero tengo de sobra, pero ahora me apetecen los frutos de la tierra.
El campesino aceptó el trato, pero agregó una condición:
–Para evitar discusiones a la hora del reparto –dijo–, te quedarás con lo que crezca sobre la tierra y yo, con lo que crezca debajo.
Al diablo le pareció bien la propuesta, pero resultó que el inteligente campesino había sembrado remolachas.
Cuando llegó el tiempo de la cosecha, el diablo se presentó para recoger sus frutos. Sólo encontró unas cuantas hojas amarillentas y marchitas, mientras el satisfecho campesino sacaba de la tierra sus remolachas.
–Esta vez, has ganado –dijo el diablo–, pero la próxima no será así. Te quedarás con lo que crezca sobre la tierra y yo recogeré lo que crezca debajo.
El campesino aceptó sin dudarlo y, cuando llegó el tiempo de la siembra, plantó trigo. Cuando los granos maduraron, cortó las repletas espigas justo al ras de la tierra.
Y el pobre diablo, que sólo encontró los rastrojos, se precipitó furioso en las entrañas de la tierra.
–Así es como hay que burlarse de los diablos –afirmó el campesino y se fue a recoger
 su tesoro.

“El diablo y el posadero” Robert L Stevenson
El diablo paró una vez en una posada, donde nadie lo conocía, porque se trataba de gente cuya educación era escasa. Tenía malas intenciones y todos le prestaron oído durante mucho tiempo. El posadero lo hizo vigilar y lo sorprendió con las manos en la masa.
Tomó una soga y le dijo:
–Voy a darte de azotes.
–No tienes derecho a enojarte –dijo el diablo–. Soy sólo el diablo y mi naturaleza es obrar mal.
–¿Es verdad? –preguntó el posadero.
–Te lo aseguro –dijo el diablo.
–¿No puedes dejar de obrar mal? –preguntó el posadero.
–Ni en lo más mínimo –dijo el diablo–. Sería inservible y sería cruel dar de azotes a una cosa tan pobre como yo.
–Es verdad –dijo el posadero.
Hizo un nudo y lo ahorcó.
–Ya está –dijo el posadero

“La escuela de hechicería” Leyenda islandesa Conan Doyle, Arreola y otros.
Había una vez, en algún lugar del mundo (nadie sabe dónde), una escuela que se llamaba la Escuela Negra. Allí los alumnos aprendían hechicería y toda clase de artes antiguas.
Donde fuera que estuviese esa escuela, se hallaba en un sitio subterráneo; era una inmensa sala que, como no tenía ninguna ventana, estaba siempre a oscuras.
Tampoco había maestro alguno, sino que todo se aprendía en libros cuyas letras de fuego podían leerse en la oscuridad.
A los alumnos nunca se los dejaba salir al aire libre o ver la luz del día durante el tiempo que permanecían allí, que era de cinco a siete años. Al cabo de ese período, habrían adquirido el conocimiento completo y perfecto de las ciencias que debían aprender. Todos los días, una mano gris y velluda surgía a través de la pared con la comida para los estudiantes y, cuando éstos terminaban de comer y de beber, se llevaba de vuelta los cuencos y las fuentes.
Pero una de las reglas del lugar era que su dueño se apoderaba, cada año, del alumno que abandonaba la escuela en último lugar. Considerando que era bien sabido por todos que el amo era el diablo en persona, pueden imaginarse el tumulto que se armaba cada fin de temporada: todo el mundo hacía lo posible por no quedar rezagado.
Sucedió una vez que fueron a esa escuela tres islandeses; se llamaban Saemundur el Sabio, Kálfur
Arnason y Haldán Eldjárnsson; y como los tres llegaron al mismo tiempo, supuestamente los tres partirían, también, al mismo tiempo. Saemundur afirmó que gustosamente sería el último en irse, lo que dejó a los otros muy aliviados. Se echó entonces encima un capote holgado, pero no pasó sus brazos por las mangas ni lo abrochó.
Una escalera conducía desde la escuela al mundo exterior y, cuando Saemundur estaba por ascender por ella, el diablo lo agarró y le dijo:
–¡Tú eres mío!
Pero Saemundur se desembarazó rápidamente de su capote y escapó a toda velocidad, dejando al diablo con la prenda vacía. En el momento mismo en que salía al mundo exterior, la pesada puerta de hierro se cerró de golpe a sus espaldas y lastimó a Saemundur en los talones. El joven dijo entonces:
“Me venía pisando los talones”, palabras que desde entonces se convirtieron en un dicho.
Así, Saemundur se las ingenió para escapar de la Escuela Negra sano y salvo, junto con sus compañeros.
Kálfur Arnason cuenta el episodio de otra manera: cuando Saemundur estaba en el pasillo de salida, un rayo de sol le dio de lleno y proyectó su sombra contra la pared opuesta. Y al estirar el diablo su mano para atraparlo, Saemundur le dijo:
–Yo no soy el último. ¿No ves que alguien me sigue?
Entonces, el diablo agarró la sombra, a la que confundió con una persona, y Saemundur escapó, con un golpe de la puerta de hierro en los talones. Pero, desde ese momento, nunca más volvió a tener sombra, porque lo que el diablo toma jamás lo devuelve.

“Los tres pelos del diablo” Gustavo Roldán.
Hace tiempo existía un rey que poseía dos hermosos palacios: en uno, ubicado en las afueras del pueblo, vivía el rey; en el otro, construido en el centro del pueblo, la reina. Trasladarse de un palacio a otro suponía un largo viaje, que podía llevar hasta tres años, dependiendo del viajero y de sus conocimientos de la zona.
El rey tenía, además, una hermosa hija que vivía con su madre. Cierta vez consultó a un adivino para averiguar cuál sería el futuro de su heredera, pero la respuesta no fue exactamente la que esperaba:
–La princesa se casará con el hijo del peón que cuida los caballos –explicó el adivino.
Como el rey no deseaba que las cosas sucediesen de ese modo, mandó llamar al muchacho y le entregó una carta para que se la llevara a la reina. Y si bien el joven desconocía el camino hacia el pueblo, no tuvo más remedio que obedecer, pues una orden del rey no se discute.
Durante meses y meses, el joven recorrió los campos sin saber adónde iba, hasta que la suerte hizo que se encontrara con una banda de ladrones. Rápidos en sus movimientos, los ladrones lo detuvieron para interrogarlo. El joven, ignorante de los peligros que corría, les explicó que se dirigía al pueblo, pues llevaba una carta para la reina, pero se encontraba perdido.
Amablemente, los ladrones lo alimentaron y le permitieron descansar, con la promesa de que ellos mismos lo acompañarían al pueblo. Pero, en cuanto se durmió, le quitaron la carta y la leyeron. La carta era breve: el rey ordenaba que, a su llegada al palacio, mataran al joven. Con ánimos de divertirse, los ladrones aprovecharon la siesta del muchacho, borraron el texto de la carta y lo reemplazaron por otro: el rey ordenaba que, a su llegada al palacio, hicieran casar al joven con la princesa.
Al día siguiente, cumplieron su promesa y la carta llegó a manos de la reina.
Sorprendida al ver el aspecto del joven, la reina apenas podía dar crédito al mensaje que traía, pero de inmediato organizó el casamiento pues una orden del rey no se discute.
Dos años transcurrieron hasta que el rey llegó al palacio y supo lo que había sucedido: su hija se había casado con el joven y tenían una hija de un año.
Vio la carta que la reina aún conservaba y, sin que su enojo se aplacara aún, mandó llamar al joven con la intención de solucionar el problema.
–Deberás traerme tres pelos del diablo, tres pelos de oro, muchacho. Es una orden y aquí te esperaré –fueron sus palabras.
Así fue como el joven partió, nuevamente sin rumbo fijo. Un día encontró a un hombre que cuidaba un árbol de naranjas.
–Busco al diablo de los pelos de oro –le explicó el muchacho.
–Si lo encuentras, pregúntale por qué este árbol de naranjas de oro, desde hace diez años, sólo da naranjas comunes –pidió el hombre.
Más adelante, el joven encontró a un hombre que cuidaba un pozo de agua.
–Busco al diablo de los pelos de oro –le explicó el muchacho.
–Si lo encuentras, pregúntale por qué el agua de este pozo, que antes era mágica, desde hace tiempo sólo es agua –pidió el hombre.
El camino lo condujo hasta un río. Cerca de la orilla, un hombre remaba en una canoa.
–Busco al diablo de los pelos de oro –le explicó el muchacho–. ¿Podría usted pasarme a la otra orilla?
–Cómo no –respondió el hombre–. Pero si lo encuentras, pregúntale por qué hace diez años que tengo las manos pegadas a los remos –le pidió.
A poco de andar, el joven se encontró con un rancho viejo, muy viejo, habitado por una vieja, muy vieja. Tan vieja era que no podía ser otra persona que la madre del diablo. Dispuesta a ayudarlo, la anciana convirtió al joven en una hormiga y, cuando el diablo llegó, la colocó con cuidado dentro de su bolsillo.
Sirvió a su hijo una abundante cena y, cuando lo vio cansado, le hizo apoyar la cabeza sobre su regazo, con el pretexto de que le sacaría los piojos. Cuando lo vio dormido, le arrancó un pelo que guardó en su bolsillo.
–¿Qué haces, madre? –se quejó el diablo.
–Disculpa, hijo. Me quedé dormida, soñando con un árbol de naranjas de oro que, ahora, sólo da naranjas comunes.
–Sucede que coloqué un ratón entre las raíces del naranjo.
Si lo sacan, el árbol volverá a dar naranjas de oro, pero nadie sabe eso –respondió el diablo con un bostezo, y se durmió.
La madre aprovechó la ocasión para arrancarle el segundo pelo.
–¿Qué haces, madre? –se quejó el diablo por segunda vez.
–Disculpa, hijo. Me quedé dormida, soñando con un pozo de agua mágica que, ahora, sólo da agua.
–Sucede que coloqué una serpiente en el fondo del pozo. Si la matan con uno de mis cuchillos, el agua volverá a ser mágica, pero nadie sabe eso –explicó el diablo, poco antes de dormirse otra vez.
La madre arrancó, entonces, el tercer pelo.
–¿Qué haces, madre? –se quejó el diablo por tercera vez.
–Disculpa, hijo. Me quedé dormida, soñando con un hombre que no puede despegar las manos de sus remos.
–Sucede que el bote está maldito: quien agarre los remos ya no puede soltarlos, salvo que se los dé a otro, quien también se quedará pegado. Pero basta de sueños, madre, que ya es tarde y debo irme.
La anciana, entonces, sacó la hormiga de su bolsillo y la transformó en el joven; luego, le entregó los tres pelos y el cuchillo del diablo. Y lo despidió.
Camino de regreso, encontró al hombre que remaba y, en cuanto lo cruzó a la otra orilla, le explicó:
–Usted está pegado a los remos por tonto. Cuando consiga otro más tonto, pídale que le sostenga los remos y asunto acabado.
Cuando llegó al pozo de agua, el joven mató a la serpiente con el cuchillo del diablo y el agua volvió a ser mágica. Llenó un frasquito con el agua y se despidió.
El árbol de las naranjas era su próxima meta. En cuanto llegó, con ayuda del hombre que lo cuidaba, cavaron hasta encontrar al ratón y lo echaron. Las naranjas se convirtieron en frutos de oro y el joven guardó tres en su bolsillo antes de marcharse.
Ya en el palacio, recibió la noticia de la enfermedad de su mujer y su hija.
Los médicos decían que nada podía hacerse para curarlas, pero el agua mágica pudo más y, en cuanto la olieron, se recuperaron. A poco de despertar, la pequeña princesita recibió como regalo tres naranjas de oro y el joven, a pedido de su pueblo, fue coronado como el nuevo rey.
Pero su tarea no estaba aún cumplida. En cuanto asumió el trono, mandó llamar al viejo rey y le entregó los tres pelos del diablo.
–Ahora –le dijo–, usted deberá traerme otros tres pelos del diablo, pelos de oro, claro está, y es una orden del rey.
El que antes había sido rey partió, entonces, pues una orden del rey no se discute. Cuando llegó al río, encontró al hombre que remaba y le pidió que lo cruzara.
El hombre aceptó, pero en cuanto se subió a la canoa, le pidió que le sostuviera los remos.
Así fue cómo el hombre se libró de su maldición y dejó al rey en su canoa, pegado a los remos. Algunos dicen que todavía anda remando por aquel río.

“El familiar” (Lenyenda muy difundida en Tucumán, Salta, Catamarca, Jujuy y Santiago del Estero.
El familiar es un embajador del diablo, un servidor que cuida con celo los pactos que se celebran con él. A aquel que haya otorgado su alma a cambio de riquezas y poder, lo acompaña de por vida.
Su imagen más difundida lo describe como un perro negro, de ojos brillantes y largas garras capaces de desgarrar a sus víctimas, aunque algunos agregan que es capaz de echar fuego por la boca y los ojos.
Como siempre se alimenta de carne humana, cuentan que suele hacer pactos con los patrones de una estancia o los dueños de un ingenio. A cambio de que le entreguen unos cuantos peones como ración de comida, el familiar les promete un año próspero y abundante en riquezas.
Algunos aseguran haber visto ojos de fuego paseándose por las noches en medio de los cañaverales, formas fugitivas que emanaban un pestilente olor a azufre a su paso. Esas mismas noches y sin despedirse de nadie, varios peones desaparecían. Corría entonces el rumor de que en los sótanos o en la chimenea del ingenio había un perro negro. A veces, el patrón lo soltaba para que eligiera la víctima de su gusto, en correrías que enloquecían a los demás perros y que sólo el canto del gallo podía interrumpir.
En otros casos, le llevaba con engaños al peón y se lo entregaba. Y si el patrón osaba faltar al pacto, él mismo iba a parar a las fauces del diabólico animal.

Al parecer, los perros mencionados en la historia se multiplicaron hacia fines del siglo pasado con el auge de la industria azucarera. Al mismo tiempo, los dueños de esos ingenios se enriquecieron rápidamente. Así, la leyenda intenta dar una explicación al origen de esas riquezas, que serían producto de un pacto con el diablo.
 




¿HAY OTROS DIABLOS EN EL ARTE?

Ponto lo sabremos...

Con ustedes nuestra antología de cuentos fantásticos:


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